Todos tenemos una serie de creencias más o menos arraigadas, que aceptamos sin pensar demasiado. Se trata de cosas que «todo el mundo sabe«, que forman parte de la sabiduría popular y que muchas veces se expresan con frases hechas o refranes.

Pero resulta que la vida no es tan fácil, y que algo sea sobradamente conocido no quiere decir ni mucho menos que sea cierto. Con el paso del tiempo y el avance de la ciencia y la cultura, vemos que mucha de esta sabiduría popular se desmiente y se queda anticuada. Por ejemplo, hace unos siglos todo el mundo sabía que la Tierra era plana y que la mejor manera de tratar las enfermedades era sacándose la sangre con sanguijuelas. ¡Menos mal que ya no es así!

Pues bien, hoy me gustaría reflexionar sobre si no estaremos aplicando a la cultura empresarial uno de los dichos más tóxicos de nuestro refranero y cómo podemos sustituirlo por un enfoque mejor.

 

La letra con sangre entra: un refrán de lo más tóxico

En la época de mis abuelos, lo de La letra con sangre entra era casi literal, ya que estaba bien visto que un profesor pegase un alumno si creía que no se estaba esforzando lo suficiente. Según me explicaron ellos, su profesor les hacía poner la mano hacia arriba con los dedos juntos y les pegaba con una regla. Hace 90 años, la sociedad aceptaba esto como normal, pero hoy en día algo así sería un escándalo y seguramente terminaría con el profesor en la cárcel.

Aunque en el mundo empresarial de hoy en España no hay violencia física (¡por suerte!), creo que seguimos albergando y poniendo en práctica creencias sobre el trabajo que están muy relacionadas con este refrán, o al menos con la idea general que hay detrás: que para conseguir que las cosas salgan adelante, es necesario sufrir y pasarlo mal, y que tiene que haber una figura de autoridad para imponer disciplina.

¿Crees que estoy exagerando? Vamos a repasar algunas de las creencias que imperan en las empresas de hoy en día.

 

Los jefes pueden imponer sus ideas

El jefe siempre tiene la razón… y aunque no la tenga, tenemos que hacerle caso igual.

En las empresas españolas, sigue imperando la figura del jefe paternalista, que tiene el poder de decisión y cuya palabra es la ley. No solo no se toman las decisiones en conjunto, sino que incluso está mal visto cuestionar abiertamente las imposiciones de los superiores. El jefe es como el profesor de mis abuelos, una figura de autoridad a la que se le asume la superioridad en todos los casos.

Pero el caso es que los jefes, por muy preparados que estén, jamás podrán ser infalibles. Muchas veces, sus responsabilidades les hacen estar desconectados de la realidad del día a día y por tanto carecen de información muy importante. En cambio, los empleados son quienes mejor conocen su propio trabajo y por tanto saben qué medidas pueden tener sentido para mejorar y cuáles no.

Cuando las decisiones se imponen desde arriba sin dar lugar al diálogo, la gestión de la empresa no es eficaz y los empleados sienten que no se les tiene en cuenta. El resultado son peores resultados y desmotivación del personal.

 

Los empleados no deben tener demasiado poder

La otra cara de la moneda de este autoritarismo es que los empleados están muy limitados a la hora de tomar sus propias decisiones, por ejemplo, a la hora de decidir sus horarios y vacaciones.

Si la figura del jefe es paternalista, a los empleados se les trata como niños. Se cree que si no se les impone unas normas estrictas, dejarán de cumplir con sus obligaciones y la empresa se irá a pique.

Pero los trabajadores no son niños, y la mayoría de los adultos contamos con un sentido de la responsabilidad. No sirve de nada obligar a las personas a «calentar la silla» durante ocho o más horas cada día o a renunciar a su vida personal para estar físicamente presentes en su lugar de trabajo. Una vez más, lo que genera este tipo de disciplina es desmotivación y por tanto acaba siendo contraproducente para la buena salud de la empresa.

 

No es posible ser feliz en el trabajo

En nuestra cultura, parece que casi está mal visto disfrutar en el trabajo. Uno de los temas estrella de conversación es cuánto queda para el fin de semana, para que acabe la tortura y podamos descansar. Es casi como si la única vida que mereciera la pena es la que ocurre fuera del trabajo. «¡Por fin es viernes!» es uno de los clichés más repetidos del país.

Pero si nos paramos a reflexionar sobre esto, el panorama es verdaderamente desolador. Después de dormir, el trabajo es seguramente la actividad que más horas consume de nuestro día a día. Si vamos a pasarnos la mayor parte del tiempo haciendo algo, ¿no tiene todo el sentido del mundo que ese algo nos haga felices? ¿Acaso no nos lo merecemos?

 

Cómo darle la vuelta a la felicidad en la empresa

Por suerte, los tiempos ya están cambiando. Los millennials van llegando a las empresas y aportando sus valores, que son muy diferentes a los de las generaciones anteriores. Ya no les obsesiona tanto el ganar más o el prosperar en el escalafón empresarial, sino darle un sentido a su trabajo y usarlo como forma de realización personal.

Cada vez son menos los que aceptan que en una empresa no se busque el bienestar de las personas que la forman y no se cuente con ellas en la toma de decisiones. Frente a la cultura del paternalismo y la imposición, se va dando lugar a un nuevo paradigma con características como:

  • La escucha. En lugar de imponer «desde arriba», los nuevos jefes se toman el trabajo de atender a las preocupaciones del equipo y saber qué piensan ellos sobre sus responsabilidades.
  • La responsabilidad compartida. Cada vez más empresas adoptan un modelo más horizontal, donde empleados y jefes pueden sentarse juntos para hablar sobre los temas que les conciernen a todos. Incluso empieza a verse que los empleados voten para decidir sobre su horario o sobre la contratación de una nueva persona para el equipo, por ejemplo.
  • El trabajo por objetivos. Más que estar físicamente presentes un número de horas, lo que se busca es que los empleados cumplan una serie de metas acordadas de antemano. De esta manera hay lugar para muchísima más flexibilidad y el trabajador puede adaptar su trabajo a su vida y no al revés.
  • La conciliación. El modelo de trabajo por objetivos, junto a la posibilidad cada vez mayor de trabajar a distancia, hacen que los horarios y los días libres ya no tengan una estructura rígida, sino que se adapten a las necesidades de las personas.
  • La felicidad en la empresa. Al final, lo que define a la nueva cultura empresarial es valorar el bienestar de los empleados. Si tenemos claro que los trabajadores felices son los que producen mejores resultados, sabremos que apostar por este valor hace que todos salgan ganando.

Quizás soy un optimista, pero cada vez veo más claro que muy pronto la cultura del sufrimiento en la empresa nos parecerá una cosa de otro siglo, igual de anticuada y absurda que la medicina con sanguijuelas. Con el paso del tiempo, según han ido avanzando las creencias y las costumbres educativas, el refrán de La letra con sangre entra se ha ido ampliando hasta ser La letra con sangre entra: pero con dulzura y amor se enseña mejor. Y de la misma manera, yo creo que pronto muchos podremos cambiar el «¡Por fin es viernes!» a «¡Por fin es lunes!».

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