Reconocer que no sabemos algo nos produce una sensación de inferioridad. Nos da cierto apuro que el otro sea consciente de nuestro desconocimiento y para salir de la encrucijada a menudo inventamos la respuesta y nos autoconvencemos de que más vale contestar una estupidez que admitir nuestra ignorancia.

Solemos pensar que el desconocimiento nos convierte en personas débiles y esta  sensación se intensifica si se produce en el entorno laboral. En el seno de las empresas, muchos profesionales asumen que deben saber todas las respuestas del área que los acredita como especialistas. “Si me dedico al marketing digital tendré que conocer todo lo relativo a mi sector. No puede ser que desconozca algo de mi industria porque eso me desacredita como experto”, pensamos.

El neurólogo Robert Burton apunta que tendemos a la “propensión de la certeza” porque nos provoca bienestar. La sensación de conocimiento nos produce un cierto confort y eso nos lleva a suponer verdades aunque no tengamos pruebas que las avalen. De hecho, los mitos y las leyendas surgen de la necesidad de explicar un fenómeno que nuestro limitado conocimiento no es capaz de racionalizar. Por eso inventamos una historia que dé sentido y coherencia a lo inexplicable.

¿Por qué nos cuesta tanto admitir que no sabemos algo?

A nuestro cerebro no le hace feliz la incertidumbre, no le gusta admitir que no sabe algo. Como decía Burton nuestra mente ama la certidumbre y huye de la ambigüedad: bien o mal, blanco o negro, sí o no. Quizá esta es la razón por la cual nos cuesta reconocer nuestra ignorancia y no solemos pedir ayuda a nuestros compañeros o especialistas, que nos podrían dar la información que necesitamos. No queremos renunciar a la sensación de bienestar que nos produce el conocimiento y preferimos una respuesta poca asertiva y muchas veces equivocada.

Lo cierto es que existen muchas formas de admitir que no sabemos algo sin que eso sea un defecto. Para mí es mucho más sensato que alguien reconozca su ignorancia de forma sincera, sin tapujos ni excusas.  Un profesional que, humildemente, reconoce sus propias limitaciones y es capaz de pedir colaboración tiene mucho más valor que aquel que piensa que lo sabe todo. Las empresas deberíamos premiar a las personas que, aunque no sepan todas las respuestas, son capaces de encontrarlas. En la era digital no es más sabio aquel que sabe muchas cosas sino el que es capaz de encontrar de forma rápida la información precisa para resolver el problema.

Reconocer nuestras limitaciones nos hace humanos

Es imposible conocerlo todo, nadie nace enseñado y de los errores se aprende. El desconocimiento es inevitable, el mundo cambia constantemente, la sociedad se transforma a un ritmo vertiginosos y no es factible saber de todo. El International Data Corporation estima que en 2020 crearemos alrededor de 1,7 megabytes de información por segundo cada ser humano en el planeta. No es posible asimilarlo todo, el cerebro humano no está preparado para retener tanta información así que deberíamos naturalizar la ignorancia. No pasa nada si no sabemos algo, no es ningún crimen! Como bien dijo Conor Neil, en su manifiesto Keep Wonder Alive: Make the I don’t know commitment, deberíamos dejar de dar respuestas complicadas a preguntas que no sabemos y limitarnos a contestar un simple “no lo sé”. Yo también os animo a utilizar esta frase tantas veces como sea necesario y no dar por sentado que alguien es experto en un tema simplemente porque proclama serlo.

¿Cuántas veces os ha pasado que, al final de una reunión de trabajo, cuando se abre el turno de preguntas, nadie tiene dudas pero automáticamente después de la reunión todo el mundo las comenta en petit comité? Parece que tengamos miedo a preguntar como si ello nos delatara de algo. Equivocarse forma parte del aprendizaje y precisamente este temor a sentirnos ignorantes lo obstaculiza.

Si soy consciente de que no lo sé todo seguramente adoptaré una actitud más abierta y generaré en mí una curiosidad que me llevará a aprender continuamente. Tanto en la empresa como a nivel personal, deberíamos mantener nuestra “versión beta” y ser conscientes de que debemos renovarnos constantemente y adquirir nuevos conocimiento que actualicen nuestro software. Volvamos a ser niños para preguntarlo y cuestionarlo todo porque a medida que el humano aprende es capaz de ser más objetivo y juzgar qué sabe y que no.  Como afirmaba Aristóteles,

 

“el ignorante afirma, el sabio duda y reflexiona”

 

Así que tomate tu tiempo antes de evaluar una situación, emite juicios basándote en datos, hechos, aspectos tangibles y si no lo sabes no tengas miedo a decir “no lo sé” y busca, lo antes posible, la respuesta adecuada.

 

Diario de un Millennial - David Tomás

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